
… c o n t i n u a n d o
Creo que hasta ahora tenemos suficientes razones trascendentales para apostarle a un trabajo de reconciliación y resolución del vínculo con la madre. Por si queda alguna duda, te invito a que pongas las manos en tu corazón, y después de haber leído estas páginas, notes cómo está tu madre en él, qué tanto se siente limpio, en calma, en paz. Si no, no te preocupes, es el camino que muchos hemos tenido que recorrer y que algunos están teniendo la valentía de empezar a tomar. Es un camino con esperanza, con luz, es un camino con una promesa clara y sutil, la de sentirte conectado con la vida.
La frase que opera y que se convierte en la energía del milagro es: “yo te honro”. Honrar significa: te veo tal y como eres, y honro tu existencia; a través de tu existencia honro la vida que quisiste darme a mí porque como madre eres el principio fundamental de mi éxito, de mi prosperidad, eres mi origen, eres mi fuente de vida, eres la que cedió su vida para dármela a mí. Honro todo eso que has hecho por mí y al honrarte a ti, honro la vida; al honrar la vida, honro mi vida. Lo hacemos al empezar a dejar de rechazar la mitad de nosotros que nos viene de ella.
Cuántas veces no tenemos en la madre las ideas de cómo percibimos el mundo, sin permitirnos verla con filtros limpios, ver lo bonito de ella, lo que definitivamente está haciendo mucho mejor de lo que lo hicieron con ella. Yo recuerdo una historia sencilla y poderosa: mi mamá es la mayor de cuatro hijos. Cuando era pequeña, más o menos de unos siete años, llegaba del colegio, le cambiaban la ropa para poder lavar el uniforme y le decían que podía salir jugar en la calle con sus hermanos y amigos. Cuenta mi madre que a ella la vestían toda de blanco porque a mi abuela le gustaba mucho, era una mujer elegante y delicada, le importaba que su hija estuviera bonita. Así que allí estaba mi mamá, con siete años y un vestido blanco. Pero faltaba una instrucción, no podía ensuciarse la ropa. Si llegaba sucia la regañaban muy fuerte. Por lo tanto, sus opciones eran salir a la calle, sentarse en un muro, ver a los niños jugar y esperar que pasaran las horas, o tal vez, jugar, ensuciarse y asumir el regaño de mi abuela. Ambas opciones bastante difíciles para una niña pequeña. Ella nos cuenta que esa fue la razón por la que nunca nos regañó a mis hermanos y a mí si nos ensuciábamos. A mi mamá le gusta el orden, la limpieza y esto se notó siempre en nuestra casa, había mucha exigencia de este tipo, pero siempre, siempre podíamos ensuciarnos mientras jugábamos. A algunas de mis amigas las regañaban si llegaban sucias a su casa, a mí, nunca. En una historia tan simple como esta pude evidenciar cómo mi mamá lo hizo mucho mejor de lo que lo hicieron con ella, y mi abuela con plena seguridad lo hizo mucho mejor de lo que lo hicieron con ella también. Yo lo estoy haciendo mucho mejor de lo que lo hizo mi mamá conmigo. Pero no es un “mejor” que nace de la arrogancia, nace de la conciencia. En la medida en la que podamos conectarnos con esto y tomar el amor que ella ha tenido para darnos, estaremos mucho más completos y mucho mejor en la vida. Es más, puede llegar a ser tan simple como tomar la decisión desde la conciencia del amor y en compañía de la humildad, de decir “no más, no quiero seguir repitiendo tal historia una y otra y otra vez”.
Te preguntarás entonces cuál es la manera en que podemos tomar a nuestra madre, qué es lo que tenemos que hacer. No es tan complicado como parece, pero sí requiere de un compromiso para el resto de la vida.
Lo primero es respetar su vida y sus decisiones. Aunque cualquiera de sus decisiones hayan tenido efecto en ti y hayan tenido implicaciones no tan chéveres, debes respetarlas. Resultará imposible tomar a la madre cuando no respetas su vida, cuando sigues queriendo cambiarla y cuando sigues queriendo decidir o pensar que tú lo hubieras podido hacer mejor que ella.
Luego te encuentras ante la posibilidad de soltar todas las ideas acerca de lo que hubieras querido que ella fuera y de la madre que hubieras querido tener. Ya no lo fue. Es así de simple. Todo aquello que ella no fue es el resultado de lo que tampoco le dieron. Cuando logramos mirar esto con compasión y amor, soltamos el capricho. Dicen que mi abuela era una mujer muy querida, pero de poco contacto físico. Seguramente a mi mamá no la abrazaron mucho ni le enseñaron cómo esta es una forma de expresión de amor. Cuando nuestro hijo nació me encontré una abuela, a mi mamá, la que no me abrazaba tanto como yo quería, abrazando y cantándole a mi hijo, jugando con él, dándole besos y diciéndole “te quiero mucho”. Las primeras veces que vi esto me pareció duro porque evidencié como sí tiene esta capacidad dentro de ella, solo que no para mí. Fue la posibilidad para la creación de un nuevo reproche, pero no lo tomé, por el contrario, me di cuenta de que la mujer que ya es hoy abuela, es muy diferente a la que fue como mamá. Ya no hay soledad, ya no hay dolores acumulados, ya no hay angustias existenciales, ya lo que hay es espacio para la expresión pura del amor. Hoy está en un lugar en el que se siente segura en la vida, lo que probablemente no sintió siendo mamá porque, en principio, extrañó profundamente a la suya. En vez de tomar el reproche, cambié la idea acerca de la mamá que hubiera querido tener, y empecé a mirarla. Hoy cada vez que veo que abraza a nuestro hijo, me paro enfrente y tomo a través de él ese amor. Podrá estar dirigido hacia Joaquín, pero yo lo tomo. Si no fuera por mí, ese nieto no existiría, lo que me convierte en el vehículo, el puente que permitió que mi mamá pudiera amarlo, y por lo tanto, cuando veo que le está dando amor a él como yo hubiera querido que me lo diera a mí, me imagino que también es una expresión de amor hacia mí. Es solo una idea, que puede ser verdad o puede ser mentira, podría haber muchos argumentos en contra que me dicen que es solo para él, pero al pararme enfrente y ver cómo ella le da un abrazo, yo me lleno un montón. Así fue que dejé de querer y de buscar que me diera abrazos a mí, así fue que empezó a estar muy bien que se los diera a Joaquín.
Otra de las cosas que necesitamos hacer para poder tomar a la mamá es honrar su vida y reconocer lo valiente y lo fuerte que fue. No necesitamos ser mamás para comprender lo que se necesita para serlo. Valentía y fuerza para maternar, para concebir y cuidar la vida. Y para, como madres, darle permiso a los hijos de irse a la suya. Todos los días pienso que mi hijo se va para el colegio, ese niño que estuvo metido dentro de mí y que luego durante dos años estuvo casi que solo conmigo; que luego iba a la guardería por unas cortas horas, yo lo llevaba y lo recogía. Ahora él se va a las seis de la mañana y vuelve a las cuatro de la tarde (en el mejor de los casos). Es un pedazo de mí que se está yendo a un lugar en el que no estoy presente, no tengo ni idea qué le está pasando, donde solo pude encargarme de haber escogido un buen colegio en el cual deposito mi confianza para que cuiden de él, pero no sé si comió, si no comió, si está triste, si está feliz, si se lastimó jugando, si se cayó, si alguien se burló de él, si se está sintiendo seguro o inseguro. Este es un acto de suprema valentía. Todos los días tener que ser lo suficientemente valiente para decirle a mi hijo “ve al mundo, está bien, ve que yo iré a hacer mi vida”, sabiendo que un pedazo de mi corazón está en otro lugar, no puede ser algo diferente a valentía. Este vínculo entre nosotros, esa energía que yo siento de él, lo que me duele cuando a él le duele, es lo que a una madre le permite expresar su amor desde la fuerza. Todas las madres de la vida han sido fuertes, así lo hayamos podido ver, o no.
Y nos queda una la última gran posibilidad, la de agradecer esa vida que nos dio. La mejor forma de agradecer la vida que papá y mamá nos dieron es haciendo algo bueno con ella. Para poder decirle a los padres “gracias porque esta vida que me dieron a mí me gusta mucho, la aprecio, la quiero, la respeto y la valoro” necesitamoshacer algo bueno y productivo con ella. Cuando no estamos haciendo algo productivo (y productivo es en nuestros propios términos, no los términos de nadie más) lo que le estamos diciendo es que todo lo hicieron por nosotros no valió la pena. Por eso la tarea más grande que tenemos como hijos es buscar nuestra felicidad, nuestro propósito en la existencia y vivir a través de él. Cada vez que los papás nos ven – especialmente la mamá – siendo nosotros en nuestra vida, pueden decir “todo, todo lo que hice ha valido la pena, dio fruto”. Así que dedícate a expresar la mejor de las posibilidades de tu existencia, en honor a ella, pero para ti. Cada una de las mamás que ven a sus hijos desperdiciando su vida, ven que no la están cuidando, que no están cuidando su cuerpo, no están cuidando su salud, no están cuidando sus relaciones, no están siendo lo que podrían llegar a ser, sienten la sensación de que lo que hicieron no fue lo suficientemente bueno, no valió la pena, todo lo que han dado no sirvió, no fue fructífero. La tarea se convierte en una simple: agradezcamos la vida al ocuparnos no de la madre, sino de vivir en propósito y felicidad.
Cuando tomamos a la madre no solo tomamos a nuestra mamá, sino que empezamos a tomar a todo el clan de todos sus ancestros, toda esa energía femenina que hay de aquí para atrás. Podemos entonces reconocer y reconciliarnos con todo lo que no nos gustó, y podemos ver que en este dar vida hay tanta fuerza y tanta potencia, que también hay espacio para tomar a la abuela, a la bisabuela y a todas las mujeres que estuvieron atrás, que fueron abriendo caminos para que nosotros llegáramos a la vida y para que seamos quienes abramos caminos para más vida. Es muy bonito cuando las mujeres – también los hombres – nos conectamos con esa energía femenina del clan de la mujer. Nos sentimos contenidos, poderosos, nos sentimos fuertes, no necesitamos que nos den un lugar porque al reconocer que somos los que creamos vida, sabemos que el lugar está más que dado.
No hay nada más supremo que la creación de vida y eso es la madre. Es poder absoluto. El trabajo que tenemos como hijas, como hijos, como seres humanos, como personas del mundo, es tomar la vida, decirle sí a la vida, para poder reconciliarnos con esas heridas y dolores. Esto se hace a través de la mamá.
c o n t i n u a r á …
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