·amores caprichosos·

Hubo una vez un tiempo…

«Hubo una vez un tiempo en el que el día de mi cumpleaños solo Lucas y Joaquín pudieron abrazarme, el resto tuvieron que enviarme abrazos virtuales, y hasta mi mamá me dio el “codito”. Hubo un tiempo en el que tuvimos mucho miedo, pero no sabíamos lo que realmente estaba pasando, lo que estaba pasando en nuestros corazones que era imposible de ver. Hubo un tiempo en el que nos quedamos en casa durante muchos días, evitamos oír noticias que nos produjeran miedo e hicimos un cronograma de llamadas virtuales para hacer cada día. Era nuestra manera de mantenernos conectados.

Hubo un tiempo en el que nos pidieron que nos laváramos las manos sin cesar y recuerdo que yo me pregunté de qué se trataba esa lavadera de manos. Recordé algo que me habían enseñado hacía mucho tiempo atrás: Dice una filosofía muy antigua espiritual, que cuando el cuerpo descansa, el alma asciende a las esferas superiores para recargar energías. Solamente quedan en nuestro cuerpo las energías más básicas – las necesarias para poder continuar con las funciones corporales -. Este vacío permite al cuerpo entrar en estado de impureza espiritual. Al levantarnos debemos lavarnos las manos para quitarnos los vestigios de esta impureza, del ego que habita en nosotros y que toma lugar en nuestros sueños.

Hubo un tiempo en el que nos pidieron que nos laváramos mucho las manos pero no para evadir responsabilidad como muchos humanos lo habían – habíamos – hecho durante muchos años, sino para limpiar nuestra impureza espiritual, para limpiarnos del sistema de pensamiento egóico que tantas veces había sido el protagonista, para limpiar el cuerpo y darle espacio profundo al alma, para dejar ir todo aquello que ya no nos estaba sirviendo como humanidad. Nos pidieron que nos laváramos mucho las manos y la mayoría de los humanos ni siquiera sabían para qué, la información que tenían era acerca de un tal Covid que necesitaba ser lavado, para de alguna manera salvarnos, para de alguna forma re-encontrarnos y recuperarnos, para tal vez volver a ser los mismos, sin saber que nunca volveríamos a ser iguales, porque la tarea y el reto eran bastante superiores.

Llevábamos años en esta revolución de la conciencia, en esta invitación de parte del amor, en esta conexión con la esencia y yo quería creer y reconocer a los que sí veía que nos habíamos comprometido con el amor. Cada vez veía más y más humanos que queríamos sumar, que queríamos expresar de manera explosiva esta infinita posibilidad de retornar al amor. Lo veía en los papás que llevaban a sus hijos a la guardería cuando años atrás esto era impensable. Lo veía en la manera como queríamos alimentarnos, cuando unos años atrás el plástico hecho comida era lo que más presente estaba. Lo veía en los millones de seres conectando desde la meditación, desde las metodologías de ampliación de la conciencia, desde las frases de amor. Lo veía en un pantalla de Instagram rebosada de mensajes esperanzadores de unión, de conciencia, de llamados al amor. Veía como poco a poco entre muchos (porque no éramos todos) trabajábamos por quitarle el más grande de los caprichos a amor y llevábamos unas semanas con el espejo puesto enfrente sin descanso, retándonos a ser lo que llevábamos años preparándonos para ser, aquellos super-humanos que hablamos un mismo lenguaje: el de todos somos uno.

Y veía como este discurso se parecía al de los años 60 en los que muchos gritaron la invitación y la añoranza de Peace & Love. Veía como nos habíamos demorado años para llegar allí. Veía como ahora era la vida misma la que nos decía que estábamos listos y que debíamos cambiar. Veía como estábamos cambiando con los aplausos de comunidad. Veía como estábamos, por momentos presos del miedo y luego, retornábamos al amor.

Hubo un tiempo en el que nos pidieron que no nos tocáramos, nos prohibieron estar juntos, abrazarnos, nos obligaron a que nos metiéramos en casa muchos días, pudimos tener charlas pero virtuales, nos pidieron que nos separamos, nos mandaron a taparnos la boca para que no saliera tanto ego en nuestras palabras, a respirar de nuestro mismo aire para estar en sintonía con la esencia, a que laváramos nuestra impureza espiritual y que de alguna mágica manera mantuviéramos la calma… porque la promesa después del gran diluvio valía la pena, aunque nadie nos decía que había algo más allá por lo cual estar presentes. Nos pidieron que nos separáramos al aislarnos para entender, sentir bien adentro de nosotros que solos no valemos tanto y que mantenemos constantemente las ansias por el colectivo. Nos pidieron que nos separáramos para limpiarnos y una vez limpios, poder regresar completamente al amor, a la unión, a volver a ser humanidad, a volver a estar juntos.

Fueron tiempos difíciles, sobre todo de comprender. Estuvimos bien y de alguna mágica manera mantuvimos la calma. Y luego, lo inimaginable pasó…»

Carta de la Carolina Pérez Botero de 60 años a la de hoy, la que a ratos tiene miedo, pero que poco a poco deja el capricho y confía en el amor.

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