
Crónica de una quietud que no es vacío, sino raíz
«Es abrazar el momento con los brazos abiertos, ahí es cuando estás realmente dispuesto». Esta canción de Carla Morrison que se llama «Este Momento» siempre me ha puesto a pensar y me ha dado algún aire de esperanza. En días como hoy, en meses y años como este, estas simples palabras pueden ayudarme a recordar que hace tiempo elegí hacer solo una cosa, porque la idea de tener tantas opciones y que todas implicaran moverme, solucionar, controlar, cambiar, me llenaba de, precisamente desesperanza. Hace un tiempo decidí que cuando viviera días como este, meses y años como este, lo único que haría sería abrazar el momento, rendirme, y dejar que pasara. Y por supuesto, hacer de él un camino de transformación.
Muchas cosas pasaron en mi vida para que por fin aprendiera a tomar esta posibilidad, pero la que definitivamente marcó mi destino fue el parto de Joaquín. Me veo una y otra vez en esa sala de parto sintiendo el dolor más intenso jamás sentido, queriendo escapar, queriendo respirar para que el dolor se fuera, queriendo moverme para que el sufrimiento se acabara, queriendo incluso morirme para evitar seguir atravesando lo que mi mente llevaba años temiendo. Me veo por fin llegando a la idea que me salvó la vida, que me entregó mi Doula en forma de susurro y que desde entonces se convertiría en uno de mis mantras: tienes que dejar de pelear con el dolor, y tienes que meterte en el dolor, me dijo.
Porque estaba acompañada de ella, de Lucas, mi mamá y todos los seres de luz que podían estar a mi disposición en ese momento, lo entendí. No sé cómo pasó, pero lo entendí, y me rendí. Supe lo que se sentía meterme en el dolor y abrazarlo, supe cómo se hacía y supe también que esa iba a ser la manera como lidiaría en adelante con todo lo que me doliera. Gracias a la vida, por tanto dolor, me enseñó a estar en él.
¡Y este año sí que ha dolido! Ufffff cuánto ha dolido. Pero hoy puedo decir con certeza absoluta que el dolor no ha sido sufrimiento, y solo por esto, ya gané. No he podido aún soltar esa palabra, dolor, pero he podido darme cuenta de lo importante: que una gran parte de mí está muriendo para poder volver.
Posiblemente, se trate de los tránsitos de Saturno y Neptuno sobre mi signo, o de que cumplí 40 años, puede ser que sea un asunto del 2025 o tal vez, simplemente está siendo así y ya, no lo sé. Lo que sí sé es que hay momentos en los que no se trata de avanzar, sino de quedarse quieta mientras algo dentro se deshace en silencio.
En ese momento durante mi parto quise morir – literalmente lo quise – y no pude. Hoy reconozco que he sentido que muere la que sabía resolver, la que buscaba certezas. Muere la que sostiene el amor, la que pone su sabiduría por encima de los otros, pero para esperar a que el amor llegue. Sí, muere la que espera el amor. La que ama y se pierde en el otro porque se fusiona, la que se ha borrado para no incomodar y la que busca incansablemente la aprobación en forma de amor expresado para sentir que tiene un lugar en esta existencia. Todavía está ahí, un pedazo de cada una de ellas está ahí buscando para dónde agarrar, pero en su lugar solo está quedando espacio vacío que aún no sé cómo habitar.
Para que esto pasara, lo que estuve tratando de sostener y evitar toda mi vida tuvo que ocurrir, y el dolor familiar tuvo que salir a flote, feo, oloroso, destructivo. Pero no escapé, no solucioné, no quise enseñar, no esperé, no me adapté. Dejé que destruyera y que doliera y ahí me quedé, viendo como el castillo se derrumbaba y como cada uno iba tomando su lugar, uno lejos de mí. Esto inevitablemente me llevo a un descanso del alma, porque para que nazca algo nuevo es necesaria la contracción, pero también los segundos de descanso. Para que el canal se abra y pueda salir lo nuevo es necesario el respiro y la quietud. Es necesario parar, habitar, no hacer nada, quedarse quieta y sentirse a veces confundida al creer que la depresión llegó y se quedó, pero no, es solo pérdida y transformación, nada más que eso.
Es como la orquídea que se queda mucho tiempo sin flor para poder ir adentro y prepararse para anunciar de nuevo su belleza, una presente por un tiempo que parece corto, pero en el cual todos la miramos, le decimos lo hermosa que es y alabamos su grandeza. De igual manera nosotros necesitamos de tanto en tanto quedarnos en ese vacío, el silencio que resulta extraño y al mismo tiempo completamente acunador. Nos desesperamos porque queremos avanzar, pero nos equivocamos, lo único que necesita la mente, el cuerpo, el alma, es estar ahí, abrazar el momento y nada más.
Es por eso que a veces renacer no empieza con un grito, sino con una exhalación. Cuando Joaquín nació no gritó como me había mostrado la televisión, llegó en paz, abrió los ojos y empezó a existir aquí afuera. Yo, hice una «última» gran exhalación y volví a nacer, ahora como madre y como una mujer diferente. Tal vez eso es lo que está pasando aquí y ahora, quiero creer que es así.
Tengo una pregunta para ti, quien me honra con el regalo de su presencia en este blog: ¿Hay algún pedazo de todo esto que he escrito que tenga que ver contigo también?
Puedes ser que tus tránsitos estén siendo como los míos o seguramente no, pero me sentiría mucho mejor sabiendo que somos muchos los que estamos dejando que lo viejo muera, para poder encontrar una nueva manera de amar, para dejar los amores caprichosos y para explorar esta nueva realidad. Si es así, solo tengo un deseo para nosotros: Que lo que deba morir, muera en paz. Que lo que deba nacer, encuentre espacio para florecer.
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